14 de junio de 2012

María Zambrano


Ayer fue el 21º aniversario de la muerte de la ensayista y filósofa española María Zambrano.
En este perfil conocemos a una de las intelectuales más emblemáticas del siglo XX, que sufrió el destierro -como ella llamó al exilio- por la dictadura franquista.
Convivir "es compartir el pan y la esperanza".


“La paz es mucho más que una toma de postura: es una auténtica revolución, un modo de vivir, un modo de habitar el planeta, un modo de ser persona”






España 1904-1991. Ensayista y filósofa española. Discípula de Ortega y Gasset, Zubiri, García Morente y Besteiro, fue una de las figuras capitales del pensamiento español del siglo XX. Profesora en la Universidad Complutense de Madrid, se exilió al término de la Guerra Civil y ejerció su magisterio en universidades de Cuba, México y Puerto Rico. Tras residir en Francia y Suiza, regresó a España en 1984. Fue galardonada con el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (1981) y el Cervantes (1988).

María Zambrano es la más original y destacada entre los filósofos de los últimos tiempos en España. Pertenece a una generación de mujeres geniales que vinieron a trastocar el transcurrir de la historia de la Filosofía occidental, obra tradicionalmente de varones. Desde Hannah Arendt, Simone Weil, Rosa Luxemburgo, Edith Stein, Simone de Beauvoir, hasta María Zambrano es una sinfonía de pensadoras de diferentes tendencias, pero todas movidas por ese deseo de renovación de la Filosofía occidental y preocupadas en reflexionar sobre la paz, hasta el punto de que tres de ellas —Simone Weil, Edith Stein y Rosa Luxemburgo- murieron en esta reflexión o a causa de ella.

Y también algo más hondo une a estas tres filósofas con María Zambrano y es la coherencia de sus vidas: verdaderos testimonios de autenticidad y entrega a sus ideales y a su vocación. María nace en la casa familiar de Vélez Málaga el 22 de Abril de 1904. Araceli Alarcón, su madre, gana una plaza de maestra en Madrid y la deja al cuidado de sus abuelos maternos, también maestros. En 1907 se trasladan a Madrid. La madre la lleva al cole “dándome calor con su mano, la recuerdo joven, con un ramo de violetas en el manguito y con el velillo moteado en el sombrero”.




En 1910 la familia consigue juntarse en Segovia al obtener el padre, Blas Zambrano, la cátedra de Gramática en la Escuela Normal y la madre, plaza como maestra de colegio. Allí nace su hermana Araceli y es donde, a los catorce años, comienza sus estudios de Filosofía y se enamora por primera vez.

Zubiri, Ortega y Gasset, García Morente que son sus maestros, van formando su vocación y también las largas tertulias con su padre Don Blas y sus amigos, Antonio Machado y Miguel de Unamuno, “Fui”, nos dice María, “lo que nunca pude dejar de ser”.

El compromiso con el ideal republicano la lleva a participar activamente. En junio de 1928 comienza a escribir en el periódico El Liberal una columna titulada “Mujeres”, son artículos breves, directos, valientes y sencillos. Respondiendo a la invitación que ella misma hace comienzan a escribirle y descubre aterrada la dura realidad de mujeres obreras y campesinas de su tiempo, y la miseria y esclavitud de las personas más desfavorecidas.

Ya ha terminado sus estudios y María comienza a dedicarse a la política, participa en las Misiones Pedagógicas, redacta manifiestos y se estrena como profesora en el Instituto Escuela creado por María de Maeztu.

Celebra la llegada de la República del brazo de su hermana por las calles madrileñas cantando, bailando, abrazando y besando al mundo y lo deja escrito con las palabras más hermosas jamás oídas.

El estallido de la Guerra Civil la encuentra fuera de España y vuelve. Cuando la preguntan por ello responde: “Por eso precisamente, porque la guerra estaba perdida”. En esto María Zambrano nos guía, “hay que dar la cara”, aceptar el desafío del propio tiempo y responder a la realidad: ser, exponerse, testimoniar como podamos aun a riesgo de la vida o de una vida descompuesta. Es un acto de presencia no una acción beligerante.

Y después el exilio, el destierro como ella lo nombra: México, Cuba, Puerto Rico, donde imparte clases en diferentes universidades, escribe, piensa. La hermana la llama desde París en plena guerra, María viaja con dificultad hasta allí. Cuando llega la madre ha muerto y Araceli está muy enferma, han sido torturadas por la Gestapo. En París reciben protección de diversos amigos republicanos, entre ellos, de Pablo Picasso presumiendo los dos de su origen malagueño. También entablan amistad con diversos intelectuales franceses como Albert Camus. Éste, el día de su muerte en accidente llevaba los originales del libro de María El hombre y lo divino que pensaba editar en Galimard, pues lo consideraba la obra cumbre del siglo XX.

En los años sesenta vivió en Roma y son años muy duros, de terrible pobreza. “Mi situación es desesperada” escribe a su amiga Reyna Rivas, “no puedo pagar la casa, las compras”. Su hemana Araceli está muy enferma, no hay dinero para medicinas y a veces pasan frío y hambre. Pero ella sigue escribiendo, con la urgencia de hacer emerger aquellas ideas que salían de su pluma como una catarata de luz.

“Estar en estado de paz significa traspasar un umbral: el umbral entre la historia, toda la historia habida hasta ahora, y una nueva historia”. La paz no es cómoda. Es vivir “en estado de alerta, sintiéndonos parte de todo lo que acontece, aunque sea como minúsculos actores en la trama de la Historia y aun en la trama de la vida de todos los hombres. No es el destino, sino simplemente convivencia, lo que sentimos nos envuelve: sabemos que convivimos con todos los que aquí viven y aun con los que vivieron. El planeta entero es nuestra casa”. La paz entonces es mucho más que una toma de postura: “Es una auténtica revolución, un modo de vivir, un modo de habitar el planeta, un modo de ser persona”.

El desafío de nuestro tiempo es buscar formas inéditas de convivencia, María Zambrano atribuía un vasto y profundo valor a la palabra convivencia que no podía concebir fundada en la tolerancia. En una de las páginas más intensas de Delirio y destino nos dice: “Tolerarse no es suficiente. Tolerarse es soportarse y, aunque es algo, no es creador ni caritativo. Convivir es más: es que las pasiones fundamentales, los anhelos, marchan de acuerdo. Es compartir el pan y la esperanza”.

Quiere volver a España. Sus amigos le dicen que la dictadura es más cruel que nunca. Muere Araceli y María escribe sus Claros del Bosque y recibe un homenaje de Naciones Unidas en Ginebra. Su salud está muy quebrantada pero ella sigue trabajando incansablemente.

María Zambrano es reconocida en el mundo, en 1959 el filósofo Cioran afirma que María Zambrano era la intelectual más brillante del siglo, pero todavía en 1970 el desconocimiento de María en España es absoluto. Hemos de esperar hasta 1981 para que se le conceda el Premio Príncipe de Asturias que no pudo venir a recoger por su delicado estado de salud.


En noviembre de 1984 vuelve a España después de 45 años de exilio y continúa escribiendo. Con 86 años, María Zambrano escribió el breve artículo “Los peligros de la paz”. Fue su último testimonio, su llamada extrema ante la guerra en el Golfo Pérsico. El último acto de su “estar en paz en el mundo” al que nunca había querido ni sabido renunciar. 
En él decía: “Un estado de paz verdadera no habrá hasta que surja una moral vigente y efectiva a la paz encaminada, hasta que la violencia no sea cancelada de las costumbres, hasta que la paz no sea una vocación, una pasión, una fe que inspire e ilumine”.

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